Tranquilo, estaba en mí chino, cuando llega, Ojos Bonitos y me hace la siguiente proposición, ¿nos vamos a la tomatina de Buñol? Y ya sabéis que a una señorita, no se le puede decir que no, a una invitación. Si fue ella, aunque me tilden de loco en Brasil, no ha sido idea mía, esto que quede claro. La verdad quitando, el descenso del Sella, no me he perdido una (creo) este 2009.
Tras un cómodo viaje, llegamos a Buñol, aparcamos a las afueras del pueblo, nos cambiamos de indumentarias y cogimos la dirección de Vicente (a donde va la gente) Andando ya varios minutos, comienza la aglomeración de masas, cada vez mas y mas, vemos los efectos del alcohol y otras sustancias, reflejados en las caras de los asistentes al inusual evento, españoles, australianos, ingleses, de todos los rincones del universo se dan cita a esta celebración.
Buñol, un pueblo, con una población cercana a los 10000 habitantes, se junta en el último miércoles de agosto en 45000, en una tradición de 64 años, que empezó con una pelea de unos chavales, en una frutería y ahora se lanzan, 125 toneladas en 6 camiones y se imita el evento en la China. Poco a poco nos vamos introduciendo, a duras penas, en el epicentro del mogollón, empujones, líquidos vertidos en las ropas, aplastamientos, pisotones, son las delicias, que estamos sufriendo, para poder disfrutar de la tomatina. Los vecinos, nos recompensan con agua a cubos o manguerazos, con lo que vamos combatiendo el calor que empieza a ser sofocante, aunque alguno que otro, lanza los primeros tomates y los congregados, realizan los típicos cánticos de fiesta. El comienzo se hace interminable, estamos casi al principio de donde salen los deseados camiones, con la ansiada hortaliza, solo un grito se escucha en Buñol, ¡tomate, tomate! Suena un chupinazo y empieza la fiesta, un camión con el número uno en el ángulo inferior izquierdo, baja la calle del Cid, lugar donde estamos ubicados a unos diez kilómetros por hora, con unos voluntarios, que abren paso al camión a duras penas, la calle se encoge y mis pies no tocan el suelo, mis manos ya están arrugadas del agua caída y de no soltar a mi acompañante, para no perdernos, arriba del camión, diez o doce personas, lanzan tomates a diestro y siniestro y cada pocos metros para el camión y vuelcan tomates por el suelo, administrándolos unos cinco voluntarios, todos ellos ataviados, con camisetas azules y ribetes amarillos, con el 09 a la espalda (año en curso) y la leyenda, tomatina Buñol, el premio que tienen estos voluntarios terrestres, es estar el año próximo en el privilegiado lugar de lanzador de tomates encima del camión. Entonces comienza la batalla, tomates volando por todos los lados, camisetas empapadas y anudadas también, que es lo que mas duele, al topar con uno, peleas, pocas por que no te puedes ni mover, arrancamiento de camisetas, sobre todo sobre guiris y mas en concreto orientales y hembras, eran las victimas mas propicias, tocamientos, caídas al mismo nivel, bailes satánicos sobre la lava roja, cada vez con mayor caudal, según van saliendo los camiones (seis en total) la ropa para tirar, que olor Dios mío, si Pamplona en fiesta, huele a alcohol y amoniaco....... aquí huele a tomate, apenas puedes coger del suelo, por la afluencia de público, la tez de todos no es blanca, ni negra, ni amarilla, es roja, roja tomate, el calzado, el que no lo ha perdido, lo pierde a propósito, ¡pam! segundo chupinazo y se acabaron los tomates, ahora ha recoger, con los gorros y gorras, el zumo del suelo y lanzarlo sobre el personal, se va marchando la gente, otro mogollón para salir de la batalla y ha dirigirnos a las duchas, que están indicadas, con carteles amarillos, las duchas, son mangueras que amablemente, los vecinos de la localidad valenciana, en sus soportales, garajes etc.. nos enjuagan, con clara preferencia a las mocitas, bien dotadas, como si fuera un concurso de camisetas mojadas y si no el río, donde al final tuvimos que acudir, para luego de nuevo refrescarnos, con la manguera de algún amable vecino, por la dudosa salubridad del caudal fluvial, vuelta al coche y medio limpio un cachondo me agarra y me mancha, me salió del alma la exclamación ¡cabrón! Algún que otro loco, sigue con la batalla y vemos a un abuelito, con cara de pocos amigos, impregnado de tomate y con el bastón en posición de alerta. La ropa se queda allí en la tierra levantina, donde me faltó poner “recuerdo de Madrid”y nosotros de regalo una piel perfecta.
Para aclararnos bien del dichoso tomate, fuimos a Cullera, a su playa, por fin me perdí, no me había sucedido aun, pero fue poco, nos bañamos como un cisne y una sirena, quitándonos los pocos restos de tomate que aun teníamos, después merienda y a Madrid, uno conduciendo y otra durmiendo, bueno, no todo el camino y de recuerdo olor a tomate.
La Fiorentina, bien, empato con golazo de Jovetic, sufrió, pero se clasificó.
Tras un cómodo viaje, llegamos a Buñol, aparcamos a las afueras del pueblo, nos cambiamos de indumentarias y cogimos la dirección de Vicente (a donde va la gente) Andando ya varios minutos, comienza la aglomeración de masas, cada vez mas y mas, vemos los efectos del alcohol y otras sustancias, reflejados en las caras de los asistentes al inusual evento, españoles, australianos, ingleses, de todos los rincones del universo se dan cita a esta celebración.
Buñol, un pueblo, con una población cercana a los 10000 habitantes, se junta en el último miércoles de agosto en 45000, en una tradición de 64 años, que empezó con una pelea de unos chavales, en una frutería y ahora se lanzan, 125 toneladas en 6 camiones y se imita el evento en la China. Poco a poco nos vamos introduciendo, a duras penas, en el epicentro del mogollón, empujones, líquidos vertidos en las ropas, aplastamientos, pisotones, son las delicias, que estamos sufriendo, para poder disfrutar de la tomatina. Los vecinos, nos recompensan con agua a cubos o manguerazos, con lo que vamos combatiendo el calor que empieza a ser sofocante, aunque alguno que otro, lanza los primeros tomates y los congregados, realizan los típicos cánticos de fiesta. El comienzo se hace interminable, estamos casi al principio de donde salen los deseados camiones, con la ansiada hortaliza, solo un grito se escucha en Buñol, ¡tomate, tomate! Suena un chupinazo y empieza la fiesta, un camión con el número uno en el ángulo inferior izquierdo, baja la calle del Cid, lugar donde estamos ubicados a unos diez kilómetros por hora, con unos voluntarios, que abren paso al camión a duras penas, la calle se encoge y mis pies no tocan el suelo, mis manos ya están arrugadas del agua caída y de no soltar a mi acompañante, para no perdernos, arriba del camión, diez o doce personas, lanzan tomates a diestro y siniestro y cada pocos metros para el camión y vuelcan tomates por el suelo, administrándolos unos cinco voluntarios, todos ellos ataviados, con camisetas azules y ribetes amarillos, con el 09 a la espalda (año en curso) y la leyenda, tomatina Buñol, el premio que tienen estos voluntarios terrestres, es estar el año próximo en el privilegiado lugar de lanzador de tomates encima del camión. Entonces comienza la batalla, tomates volando por todos los lados, camisetas empapadas y anudadas también, que es lo que mas duele, al topar con uno, peleas, pocas por que no te puedes ni mover, arrancamiento de camisetas, sobre todo sobre guiris y mas en concreto orientales y hembras, eran las victimas mas propicias, tocamientos, caídas al mismo nivel, bailes satánicos sobre la lava roja, cada vez con mayor caudal, según van saliendo los camiones (seis en total) la ropa para tirar, que olor Dios mío, si Pamplona en fiesta, huele a alcohol y amoniaco....... aquí huele a tomate, apenas puedes coger del suelo, por la afluencia de público, la tez de todos no es blanca, ni negra, ni amarilla, es roja, roja tomate, el calzado, el que no lo ha perdido, lo pierde a propósito, ¡pam! segundo chupinazo y se acabaron los tomates, ahora ha recoger, con los gorros y gorras, el zumo del suelo y lanzarlo sobre el personal, se va marchando la gente, otro mogollón para salir de la batalla y ha dirigirnos a las duchas, que están indicadas, con carteles amarillos, las duchas, son mangueras que amablemente, los vecinos de la localidad valenciana, en sus soportales, garajes etc.. nos enjuagan, con clara preferencia a las mocitas, bien dotadas, como si fuera un concurso de camisetas mojadas y si no el río, donde al final tuvimos que acudir, para luego de nuevo refrescarnos, con la manguera de algún amable vecino, por la dudosa salubridad del caudal fluvial, vuelta al coche y medio limpio un cachondo me agarra y me mancha, me salió del alma la exclamación ¡cabrón! Algún que otro loco, sigue con la batalla y vemos a un abuelito, con cara de pocos amigos, impregnado de tomate y con el bastón en posición de alerta. La ropa se queda allí en la tierra levantina, donde me faltó poner “recuerdo de Madrid”y nosotros de regalo una piel perfecta.
Para aclararnos bien del dichoso tomate, fuimos a Cullera, a su playa, por fin me perdí, no me había sucedido aun, pero fue poco, nos bañamos como un cisne y una sirena, quitándonos los pocos restos de tomate que aun teníamos, después merienda y a Madrid, uno conduciendo y otra durmiendo, bueno, no todo el camino y de recuerdo olor a tomate.
La Fiorentina, bien, empato con golazo de Jovetic, sufrió, pero se clasificó.
3 comentarios:
Estás fatal.
quien es la del pelo blanco. BEA
Y vas y dices cuando estas medio limpio ¡cabrón! si te vuelven a tomatar, ¡si no fuera porque estás en Buñol...!
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